17 de agosto de 2018. Ya ha pasado un año de aquel día en el que el corazón de Barcelona se detuvo por completo por unos instantes. Hoy no será un día cualquiera, las emociones y los sentimientos aflorarán de nuevo, y aunque eso sea duro es bueno.
Primero de todo dar una vez más todo mi amor a aquellas personas que de algún modo u otro vivieron aquellos inhumanos momentos, ya sea en Barcelona o en Cambrils. No hay palabras para justificar el sufrimiento gratuito que causaron unas malditas creencias. No lo entiendo y no lo quiero entender. Esto es una decisión, amo la vida y punto. Creencias, todo en esta vida está sujeto a ellas, algunas destructivas y otras de supervivencia.
Las creencias son significados que le damos a la vida y que nos hacen evolucionar o no en ella en cualquier escenario. No solo me refiero a creencias dentro de escenarios a tan gran escala, sino de las creencias que nos acompañan ante las desgracias cotidianas y ante sucesos vitales de los que nos tenemos que recomponer y de los que salimos más fuertes y preparados para vivir. Digo creencias de supervivencia porque no hace falta ser psicólogo para entender que para salir de un bache se necesita ser un superviviente. Superviviente no solo es aquel que sobrevive físicamente, superviviente es aquel que conserva o retoma su vida después de una situación de peligro.
Como psicóloga se que hace un año se hizo un trabajo excelente de atención a las víctimas y familiares de las mismas, y no solamente los tres días de atención continuada basados en contención emocional para canalizar ansiedades, estados de shock e ira de los afectados, sino que también hubo mucha dosis de psicoeducación para disminuir la inmensa sensación de descontrol que se respiraba en Barcelona y en Cambrils. Pero allí no acabo todo, aun a día de hoy en diferentes consultas se siguen acompañando duelos y tratando trastornos de estrés postraumático demorados, porque cuando suceden estas catástrofes el tiempo no solo se detiene para los que se fueron sino que también para los que se quedaron. Recuperar la vida cotidiana es la mejor herramienta para superar una situación de sufrimiento extremo, y Barcelona lo hizo.
Agradecer en primera persona a la mujer que me enseñó a tratar la muerte como parte de la vida a nivel profesional, Anna Romeu, quien aquel 17 de agosto estaba de suplente y por “casualidad” se encontró coordinando el mando operativo de emergencias de los atentados de Barcelona y Cambrils. He puesto casualidad entre comillas porque no creo en las casualidades. Igual que Anna fue y es una maestra excepcional, fue un ángel de la guarda para todas aquellas personas que necesitaron asistencia y humanidad el pasado 17 de agosto. Pero ella sin todo un equipo detrás poco que hubiese podido hacer. Gracias a todos los servicios médicos, a la policía y a todos aquellos que actuaron. Barcelona somos todos.
Tener miedo es natural, es un instinto de supervivencia que ha de poder sentirse, pero no hay que responder al miedo con miedo, ni al odio con odio. Hay que responder a la vida con más vida. Siempre hemos de conectar con la parte saludable del malestar, y explorarla para transitar hacia el equilibrio. Si paramos nuestra vida nos convertimos en victimas de lo que pasó, y a mi no me da la gana. No tengo miedo.
No se vosotros, pero yo durante este año he pensado varias veces en lo que sucedió (no solamente cuando piso Las Ramblas o el Puerto de Cambrils), incluso me he sentido en alerta sin haber ninguna alerta debido al silencio respecto al tema mientras no paraban de hablar de política y más política. Y vamos a las mismas, creencias, valores, humanidad, como tu quieras decirlo. Personas. Una buena amiga siempre dice que el arte más noble es el de hacer felices a las personas, y tiene toda la razón, ayudar al otro es una de las mayores terapias para sentirnos bien en la vida, ya sea a la larga o cotidianamente, ya sea a la familia, a los amigos, a los conocidos o a los saludados, incluso a los desconocidos, todos personas. Hacer cosas buenas, de eso va la vida.
Parece mentira que tengan que suceder desgracias como estas para darnos cuenta que todo puede cambiar en un segundo, para darnos cuenta que si que podemos trabajar de manera proactiva (en realidad es instintivo), para darnos cuenta de que no hay tantas diferencias entre nosotros y que si no existieran tantas rivalidades hasta podríamos entendernos aunque tengamos diferentes maneras de pensar. El instinto y el sentido común es uno. De vida también hay una. Se trata de prioridades, y para mi la prioridad es vivir todo mejor que podamos siendo proactivos los unos con los otros. Humanidad, así es como la normalidad ciudadana ganó la batalla. Barcelona venció igual que vencerá hoy y todas las veces que se proponga si se une para el bien común. Sigamos sin miedo, eso es, no tengo miedo significa que la vida sigue.
Como todos los psicólogos afirmo que la tristeza, la rabia y el insomnio bajaran de intensidad y de frecuencia en aquellas personas emocionalmente afectadas si transitan en sus sentimientos, los cambios de creencias vienen después de digerir experiencias significativas. ¿Qué quiero decir con esto? Pues que Barcelona debe expresar, debe sentir y debe latir en un día como hoy, esto forma parte de nuestra evolución y naturaleza para poder seguir. Solo espero que quienes tienen poder en nuestra ciudad tengan el compromiso con todos sus ciudadanos de hacer de Barcelona una ciudad sensible, fuerte, humana, sana, segura, valiente y llena de vida. Según que cosas nunca deberían de suceder, igual que según que cosas no las deberíamos de permitir.
Empecemos hoy, hoy por ellos. Sentir, amar, expresar, seguir… todo esto será el mejor homenaje a las víctimas, y a sus familiares y amigos. Como dice otro buen amigo, el amor es lo más importante, por eso el protagonismo hoy no debe ser de nadie más que de ellos. Mientras, Barcelona entregará su corazón a sus víctimas, porque Barcelona no tiene miedo.
Esto no es solo una creencia, es una realidad. No tenemos miedo.