
Miércoles al final del día, 21h, casa de los vecinos, una cena improvisada fantástica y un amigo de Nueva York, solo faltó Carla (Australia) también presente en mis últimos diez días. Ahora entenderéis porque digo las nacionalidades. Cinco en la mesa entre 30 y 40 años, los niños duermen. Una escena muy cálida que desde fuera se vería como comemos, hablamos, reímos y tomamos vino. Pero no siempre es oro todo lo que reluce, lo que relució fueron las actitudes.
Casi nunca escribo sobre escenas y reflexiones más allá de los textos que todo psicólogo puede escribir en su página web sobre algún tema que genere controversia en los tiempos que corren y en la sociedad en la que nos encontramos. Y digo en la sociedad que nos encontramos porque parece que esta sea la que determine nuestra actitud frente a los obstáculos (problemas) y piedrecitas que nos vamos encontrando por el camino (incomodidades), o las que nos tiramos en nuestro propio tejado (problemas añadidos).
Ante los problemas, soluciones. Ante las incomodidades, ya no se trata de la ayuda que te puede proporcionar un psicólogo, se trata de qué hacer con eso que flota en la atmósfera que si te envenena acabas por quejarte más de la cuenta y pensando que la culpa de todo es del resto en vez de responsabilizarte de ti mismo o de lo que te sucede. ¿Por qué digo esto? Pues porque en la cena, éramos cinco poco contaminados pero con situaciones de salud un tanto complejas.
Familiares con cáncer, enfermedades autoimmunes, sociedades enfermas pero con unas actitudes y reflexiones lejos de la queja y del mal humor, hasta diciendo que una puñetera enfermedad te puede hacer mejor persona. Que fuerte suena esto cuando solo te funciona un 2% de tu riñón y tu madre esta recién operada de cáncer. A veces la gente me hace caer de culo y levantarme resucitando. Mucha dosis de realidad y muchísima de confianza en que las actitudes mejoran las vivencias. La percepción de la realidad es una ilusión, pero lo que no lo es, es el cómo cogemos las riendas ante ella.
En ciudades tan grandes como Nueva York la despersonalización y la superficialidad roza unos niveles que pueden enfriarte hasta tal punto en que las cosas importantes se olvidan, y son aquellas que la atmósfera decide las que parece que importan. Cuando estas rodeado de esto pero tu realidad personal te ha dado dosis de bajar al planeta tierra de verdad puede que te sientas incomodo en ella. Igual de incómodos que nos sentimos en ciudades como Barcelona cuando nos damos cuenta que la queja esta a la orden del día en cualquier chat del móvil, en la calle y si te descuidas dentro de ti. Lo que sirve es responsabilizarse de los problemas y de las incomodidades, sin tirarnos piedras a nuestro propio tejado, ni entre nosotros. No puede ser que los principales valores sean vencidos por intereses tan lejanos al querer favorecer a las personas. ¿Qué importa el resto?
Después de unos días de encontrarme con realidades jodidas pero con actitudes magníficas y de noches como la del miércoles donde comentábamos lo bueno y lo no tan bueno con la misma naturalidad, no puedo hacer nada más que alejarme de todo aquello que no veo que sirva para algo. No es egoísmo, es responsabilidad. La vida es maravillosa pero con un arcoíris de situaciones variopintas que te enseñan a valorarla, sin hacer falta que suceda algo grave para hacerlo.
Puede que os parezca una chorrada pero no debería pasar día que no le dediquemos unos minutos a agradecer lo que tenemos. No lo digo como una práctica zen prefabricada por superficialidades de la sociedad moderna de hoy en día, esto no es un producto, es tu vida y la ilusión que decides ponerle a tu realidad, sea la que sea.
Solo puedo dar las gracias a estar sana, al mundo por enriquecerme de realidades y personas tan maravillosas que me demuestran que el dolor es real pero el sufrimiento es opcional.
Gracias.